El Humanismo ahora
Con la finalización del curso tan próxima se hace casi inevitable detenerse y pensar en lo que hacemos y lo que representan nuestras ocupaciones hoy
Y no es la primera vez – ni supongo que la última – en que surge este momento de reflexión que a menudo precede a un nuevo golpe de timón para corregir el rumbo, o simplemente nos confirma que vamos por el buen camino.
Lo cierto es que para quienes nos hemos decantado por las humanidades, éstos son tiempos “revueltos”. Y es que las mismas durante muchos siglos han encandilado a los hombres, como si del bello canto de un pájaro se tratara, pero ahora parece que hubieran perdido su sentido, su capacidad de seducción, hasta el punto de llegar a renegarse de ellas y de arrinconárselas por… ¿inútiles? (resultan muy ilustrativos por un lado, los numerosos casos en que algunos padres “consuelan” a aquéllos, cuyos hijos han elegido dedicar los próximos años a algún estudio u ocupación del ámbito humanístico, y por otro, el elevado índice de aceptación de las ciencias frente al de las letras entre nuestros estudiantes).
No es nueva la idea de la existencia de “dos culturas”: la humanística y la científica (aquí incluyo la tecnológica). La primera, la que atesora los valores tradicionales y reivindica el individualismo y la reflexión personal para encontrar respuestas, languidece ahora por resultar una actividad fatigosa y a menudo, con resultados poco tangibles y no amortizables a corto plazo; la segunda seduce a los colectivos por su inmediatez, su practicidad y el entretenimiento que suele acompañarla. No obstante, este enfoque que suscita recelos y rechazo desde ambas partes, no es riguroso. Opino que quienes piensan que las ciencias son las que se adentran en el presente para mejorar el futuro y que las humanidades únicamente se ocupan de retener el conocimiento del pasado y guardarlo como si de una bonita colección de antigüedades se tratara, tienen una visión simplista de la realidad. En el siglo XXI nadie debería considerar el pasado un lastre, y sí un apoyo e inspiración para el futuro.
¿Cómo puede alguien analizar el mundo “desde fuera”, sin sentirse condicionado por algo?, ¿es que uno puede revestirse con la capa de la objetividad y, como ocurría en los cuentos infantiles con la de la invisibilidad, observar su mundo “sin implicarse en él”? Todo, nuestra capacidad de análisis, nuestra habilidad para comprender y para explicar lo que nos rodea depende de lo que somos, y lo que somos es fruto de nuestra tradición, es decir, es fruto de todo lo que los anteriores a nosotros han construido, han pensado y nos han brindado: Las artes plásticas, las artes escénicas, música, literatura, derecho, filosofía, historia, psicología, política, ética, etc.
Y ya que nada queda fuera de esa herencia cultural, la ciencia también ha sido, es y será siempre humana –hasta las mismas máquinas y productos tecnológicos, tantas veces considerados por muchos paradigmas de “la deshumanización”, son los resultados de ese legado–.
Humanidades y ciencia no son incompatibles. Tienen un punto de encuentro porque buscan lo mismo: comprender el mundo y servir a quien lo habita. Las humanidades nos ayudan a entender cómo es el hombre en su esencia, es decir, nos retratan al hombre como un ser en evolución, imaginativo, errático, curioso, capaz de aprender y… la ciencia nos demuestra que este hombre con habilidad y asimilando lo aprendido, lo transforma, mejora y adapta a nuevas situaciones. Por cierto, he dicho “asimilando” ¡no, memorizando!
Ésta puede ser la causa por la que, como he dicho, existe un enorme desinterés por parte de muchos adultos y bastantes alumnos hacia los conocimientos de las humanidades: obstinarse en memorizar datos sin relacionarlos ni conectarlos, de modo que no les sirven para establecer semejanzas/diferencias u otras correspondencias entre los tiempos pasados y el presente; en otras palabras, no les sirven para nada, no responden a ningún interrogante porque no se han contextualizado. En este aspecto resultan elocuentes preguntas formuladas en clase del tipo: ¿Para qué quiero saber qué ha pasado ayer en… y por qué? o ¿ qué me importa a mí cómo vivían…? ¿de qué me sirve hacer esto si…? etc.
Quienes se empeñan en enfrentar ciencias y humanidades, no entienden que los conocimientos de cada cual son fragmentados y limitados, pero pueden llegar a ser mucho más amplios si los completamos con los que otros nos transmiten; los conocimientos individuales se convierten así en colectivos y por ello más útiles: Todo puede enseñarnos a todos, es decir, pese a tendencias y/o prejuicios, no hay ningún saber prescindible porque todos suman, todos sirven a algún objetivo, todos pueden darnos claves para entender mejor.
De ahí que, retomando el planteamiento inicial de este artículo sobre la cuestión de si la enseñanza de las humanidades es necesaria, a mí no me cabe ninguna duda: Enseñar Lengua, Historia… cualquier disciplina dentro del campo de las humanidades a las nuevas generaciones siempre es útil. Infravalorarlas es obviar el origen de otros conocimientos y por tanto, el punto de partida de otros tantos logros venideros; mientras las tengamos presentes, siempre podremos acudir a ellas para buscar respuestas e ir así creando nuestras propias historias y las de los que nos sucedan.
Resulta bastante significativa la frase de Séneca: ”Si la sabiduría se me otorgase bajo la condición de mantenerla oculta y no divulgarla, la rechazaría: sin compañía no es grata la posesión de bien alguno”
Yo añadiré otra “perla” de la sabiduría popular: “El saber no ocupa lugar”.
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Comments on this post
Me ha encantado, Blanca. ¡Enhorabuena!